Hesperian Health Guides

Capítulo 10: El embarazo

En este capítulo:

La decisión de tener un bebé

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El embarazo debería ser una opción, y cada mujer debería tener el derecho a decidir si desea tener hijos y cuándo desea tenerlos. Sin embargo, por todo el mundo, las parejas de las mujeres, sus familias y sus comunidades las presionan para que tengan hijos y, con frecuencia, el mayor número posible.

A las mujeres con discapacidad muchas veces les sucede lo contrario. La gente las anima a que no se embaracen. Muchas mujeres con discapacidad son esterilizadas en contra de su voluntad y no se pueden embarazar nunca más. Cuando algunas mujeres con discapacidad sí se embarazan, la gente las presiona para que se hagan abortos, inclusive en lugares donde el aborto es ilegal. Esas cosas suceden porque mucha gente cree que la mujer con discapacidad no puede ser buena madre, o que sus hijos también tendrán una discapacidad. Pero esas ideas son equivocadas.

La verdad es que la mayoría de las mujeres con discapacidad pueden tener embarazos sin riesgo y bebés sanos, y pueden ser buenas mamás (vea el Capítulo 12). Aun así, las mujeres con ciertas discapacidades sí necesitarán tomar algunas precauciones durante el embarazo, y algunas mujeres necesitarán más ayuda que otras.

Este capítulo contiene información que le ayudará a entender algunos de los cambios que ocurren durante el embarazo y cómo podrían afectar a las mujeres con diferentes discapacidades. También le ayudará a hacer planes para un embarazo y un parto sin riesgo.

La historia de Noemí: Cómo me convertí en mamá
una mujer en silla de ruedas sostiene a su bebé.

Cuando yo era joven y mis amigas hablaban de tener bebés, todas me decían que nunca podría embarazarme a causa de mi discapacidad. Y, si por algún milagro lo lograba, tendría que dar a luz por cesárea y mi hijo nacería con algún tipo de discapacidad.

En realidad, no entendía lo que mis amigas me decían, porque sabía que yo era una mujer, igual que ellas. Pero les creía, porque yo caminaba de una forma distinta. Además, ningún doctor me había examinado para confirmarme lo contrario. Me sentía muy triste porque me encantaban los niños chiquitos. Siempre que una amiga tenía un bebé, deseaba que fuera mío.

En 1987, empecé a sentirme muy segura de que necesitaba tratar de tener un bebé, a pesar de los riesgos. Tenía novio y un día sencillamente pensé, pues, ¿por qué no? Y logré lo que deseaba: el 27 de diciembre de 1987 quedé embarazada.

Cuando me enteré de que estaba embarazada, me sentí muy feliz, pero también estaba preocupada. Como soy sobreviviente de la polio, fui a ver a un doctor —un ginecólogo— para confirmar que estaba embarazada y para averiguar si era cierto que tendría complicaciones durante el embarazo y el parto.

El doctor se sorprendió muchísimo cuando le dije que estaba embarazada. Me dijo, sin ni siquiera examinarme, que no podría llevar el embarazo a término por la forma en que caminaba. Me dijo que tendría una pérdida antes de cumplir los primeros 3 meses. En vez de esperar, me recomendó que me hiciera un aborto de inmediato. Yo accedí e hice una cita para el 27 de Febrero de 1988. El aborto era muy caro, pero logré conseguir el dinero, aunque no sé ni cómo.

Todavía no le había dicho a nadie que estaba embarazada, ni le había confesado a nadie mis angustias y mis temores. El aborto es ilegal en Kenia, por eso no quería que nadie supiera mis planes. Además, no sabía qué dirían mis amigos. ¿Se burlarían de mí? ¿Estarían decepcionados? Por eso no le dije nada a nadie.

Pasé muchas noches en blanco y estaba triste y asustada todo el tiempo. En primer lugar, no soportaba la idea de no tener un hijo. En segundo lugar, los abortos son peligrosos y yo había conocido a varias jóvenes que habían muerto a causa de abortos mal hechos. En tercer lugar, soy cristiana y pienso que el aborto es un pecado. Y, para acabar, no estaba casada y en mi cultura no se acepta el embarazo fuera del matrimonio. ¡Imagínese mi angustia!

Pero en fin, la vida continúa. Me armé de valor y me preparé para el aborto. Cuando llegó el día esperado, fui al hospital y me senté frente al consultorio de mi médico para esperar a que me llamaran. Ése fue el momento más difícil de mi vida. El valor se me esfumó y empecé a preocuparme de nuevo sobre lo que me pasaría. Estaba segura de que iba a morir. Empecé a rezar para pedir perdón y más valor.

De repente, recordé que el doctor me había dicho que de cualquier forma perdería al bebé a los 3 meses. Eso me animó y me di cuenta de que no necesitaba hacerme un aborto. Una pérdida sería menos peligrosa y más barata, y nadie me culparía ni me rechazaría. Así que regresé a mi casa a esperar la pérdida. Sin embargo, no estaba segura de que había tomado la decisión correcta.

Los primeros 4 meses de mi embarazo fueron horribles. Adelgacé mucho, no tenía ganas de comer y vomitaba todo el tiempo. Pero lo más horrible de todo fue que me pasaba la vida asustada, temiendo que lo peor fuera a suceder en cualquier instante. Cuando sentí los movimientos del bebé por primera vez, me asusté. Pensé que ahora sí perdería al bebé.

Pasé mucho tiempo sin ir a un chequeo porque tenía miedo de hacérmelo, aunque sabía que lo necesitaba. Por fin, un día decidí ir a la clínica más cercana y allí conocí a un doctor que me examinó y que me aseguró que llevaría el embarazo a término y que podría tener un parto normal. Aun así, me aconsejó que diera a luz en un hospital.

Eso me dio confianza y empecé a ir a hacerme chequeos regulares en la clínica prenatal. Allí las enfermeras me dijeron que todo iba bien y me dieron libros sobre el embarazo, el parto y el cuidado del recién nacido. Obtuve mucha información de esos libros y me dieron valor para salir adelante. Lo único que quería era tener el bebé, ver cómo era, saber si tendría una discapacidad y, sobre todo, llamarme mamá, igual que mis amigas.

A sorpresa de todos, llevé el embarazo a término —9 meses enteros— y, después de 36 horas de parto, tuve a una nenita preciosa, sana y sin discapacidad. No tuve ninguna complicación. Ana, mi ‘bebé’, ya tiene 18 años y es una joven muy sana y aplicada, que sobresale en sus estudios.

Preguntas que le conviene hacer antes de embarazarse

Todas las mujeres necesitan hacer planes y decidir cuántos hijos desean tener y cuándo desean tenerlos. Hay muchos factores que pueden afectar su decisión, como por ejemplo, su edad, estado de salud y la situación en que vive.

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Antes de que se embarace, quizás sea conveniente que responda a estas preguntas:

  • ¿Quiere tener hijos?
  • Si ya tiene hijos, ¿podrá cuidar a uno más?
  • ¿Ya se recuperó su cuerpo de su último embarazo?
  • ¿Puede cuidar a un bebé usted sola?
  • ¿Tiene una pareja o parientes que le ayudarán a mantener y a cuidar a su hijo?
  • ¿Hay alguien que la esté obligando a tener un bebé?
  • ¿Sabe si el embarazo tendrá algún efecto sobre su discapacidad?

¿Tendrá el bebé una discapacidad?

La mayoría de las discapacidades no pasan de la madre al bebé (es decir, no son hereditarias o ‘de familia’). Pero hay algunas que sí son ‘de familia’. A veces se heredan del padre, a veces de la madre y a veces de ambos. Vea mayor información sobre algunas discapacidades hereditarias.

Si piensa que su bebé podría nacer con una discapacidad, sería mejor que haga planes para dar a luz en un hospital, en caso de que haya complicaciones.

¿Será niño o niña?

Los espermatozoides del hombre determinan si un bebé será niño o niña. Más o menos la mitad de los espermatozoides del hombre producirán a un varón y la otra mitad a una niña. Un solo espermatozoide se unirá al óvulo de la mujer. Si es un ‘espermatozoide masculino’, el bebé será niño; si es un ‘espermatozoide femenino’, será niña. No importa que la mujer o el hombre tengan una discapacidad o no tenga ninguna.

En algunas comunidades, las familias prefieren tener hijos varones, y muchas veces la gente culpa a las mujeres que sólo tienen hijas. Eso es injusto, tanto para las niñas, que se merecen el mismo aprecio que los niños, como para las mujeres, porque es el hombre que siempre determina el sexo del bebé.