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Capítulo 56: Cómo asegurarse de que los aparatos y procedimientos sean beneficiosos

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En este capítulo:

Cuando yo (David Werner) tenía unos 10 años de edad, me llevaron a un doctor por un problema que tenía en los pies. A cada rato me tropezaba y se me torcían los tobillos. Nadie sabía aún que éstas eran las primeras señas de una atrofia muscular progresiva.

El doctor me examinó los pies. Viendo que estaban algo débiles y ‘flojos’, me recetó unas plantillas que me tendría que hacer un fabricante de aparatos ortopédicos.

Cuando estuvieron listas, el fabricante hizo que me las probara. —¿Te molestan? —me preguntó — No, —le dije. Así que me mandó a mi casa con instrucciones de usarlas a diario.

¡Cómo las odiaba yo!—no porque me lastimaban, sino porque podía caminar mejor sin ellas. Las plantillas me empujaban los arcos hacia arriba y me volteaban los tobillos hacia afuera. Cuando me las ponía, me caía y me torcía los tobillos más que nunca.

Traté de protestar, pero nadie me hizo caso. Después de todo, yo era tan solo un chiquillo. —Te tienes que acostumbrar a ellas —me dijeron—. ¿Quién crees que sabe más, tú o el doctor?

Así que sufrí en silencio. Siempre que podía, me quitaba las plantillas y las escondía. Pero cuando me descubrían, me castigaban. Me hacían sentir culpable por no hacer ‘lo que me beneficiaba’.

Varios años después, al ir empeorando mi forma de caminar, me recetaron un par de aparatos ortopédicos de fierro. Estos me afianzaban los tobillos, pero eran pesados e incómodos. Me sentía más torpe que nunca. Los tenía que usar porque me lo ordenaban. ¡Pero los odiaba!

Un día de fiesta fui a dar una larga caminata por los cerros. Los aparatos se me encajaban tanto en las piernas que me sacaron llagas dolorosas hasta el hueso. Jamás los volví a usar.

No fue sino hasta muchos años después, cuando ya trabajaba yo con niños con discapacidad, que un técnico en ortopedia y yo logramos por fin fabricar un soporte para los tobillos que de veras me servía. Así es que ahora uso aparatos livianos de plástico que me dan la flexibilidad y el apoyo que necesito.

Ahora que pienso en aquellos tiempos, me doy cuenta de que aquel doctor no sabía mas que yo sobre mis necesidades. Después de todo, ¡era yo quien tenía que caminar con mis pies! Es cierto que a los 10 años yo no sabía explicar ni la mecánica ni la anatomía de lo que me estaba pasando. Pero sí sabía lo que me servía y lo que no. Quizás si los adultos que tanto insistían en ayudarme me hubieran consultado, hubiera yo podido conseguir unos aparatos mejor adaptados a mis necesidades. Y quizás no me hubiera sentido tan culpable por dar mi opinión.

Estas experiencias de mi niñez me enseñaron lo importante que es escuchar al niño con discapacidad; preguntarle en cada etapa de la rehabilitación qué opina sobre los aparatos o sobre los ejercicios, y tomar en cuenta sus ideas y las de su familia, antes de decidir lo que necesita. Un niño y sus padres no siempre tienen la razón, pero tampoco la tienen siempre los doctores, terapeutas y trabajadores de rehabilitación. Respetando los conocimientos especiales de cada persona y buscando una solución entre todos, podremos satisfacer mejor las necesidades del niño.

Dos mujeres en diferentes tipos de sillas de ruedas, un joven usa muletas.
¡Me gusta la silla! ¡Pero siento que se va para atrás cuando voy de subida!
¡Y las ruedas de adelante como que se resbalan!
¡Quizás sea porque tu cuerpo está centrado muy para atrás!
¿Por qué no vemos que pasa si ponemos la ruedita loca más para atrás?
Vea el diseno en rueda loca.

Algunos de los mejores diseños de aparatos y equipo ortopédico resultan de las ideas y sugerencias que tienen los niños que los usan.



Esta página se actualizó el 05 ene 2024