Hesperian Health Guides

Un cuento—para usar con la actividad Niño-a-niño “Para entender mejor a los niños con problemas especiales”

En este capítulo:


COMO TOMAS Y OTROS NIÑOS AYUDARON A JULIA A IR A LA ESCUELA

A los 7 años de edad, el mundo de Julia era tan pequeño que una piedra que ella tirara lo podría atravesar de lado a lado. Ella no había visto casi nada de su propio pueblo. Nadie la llevaba a ningún lado. Y lo más lejos que había gateado era hasta los matorrales justito afuera de su casa.

Julia era la mayor de 3 hermanos. Su familia vivía en un pequeño jacal (choza) a orillas del pueblo de Otates. La casa estaba separada del camino principal por una vereda larga, empinada y pedregosa. Quizás por eso a Julia no le había tocado que la vacunaran durante su primer año de vida, cuando habían llegado al pueblo unos promotores de salud.

Al principio Julia había sido una niña saludable y muy viva. A los 10 meses ya se paraba sola por momentos y podía decir algunas palabras como ‘mamá’, ‘papá’ y ‘guagua’—que quería decir agua. La cara se le iluminaba con una sonrisa cada vez que alguien decía su nombre. Sus padres estaban muy orgullosos de ella y la mimaban mucho.

Bebé caminando hacia los brazos extendidos de la mujer.

Pero a los 10 meses de edad, Julia se enfermó. Le dio como un catarro, con calentura y diarrea. Su mamá la llevó a un doctor de un pueblo vecino. El doctor la inyectó en la nalga izquierda. Pocos días después, Julia se puso peor. Primero le dolía la pierna izquierda, luego la espalda y finalmente los dos brazos y las dos piernas. Muy pronto se le debilitó todo el cuerpo. No podía mover para nada la pierna izquierda y la otra sólo la podía mover un poco. Días después, la fiebre y el dolor desaparecieron, pero la debilidad no, sobre todo la de las piernas. El doctor del pueblo les dijo que era polio y que las piernas le quedarían sin fuerza toda la vida.

Los papás de Julia se pusieron tristísimos. En aquellos días no había trabajadores de rehabilitación en la comunidad ni en ningún pueblo vecino. De modo que ellos se hicieron cargo de Julia como mejor pudieron. Con el tiempo, Julia aprendió a gatear, pero no aprendió a vestirse ni a hacer gran cosa por sí misma. Como sus padres le tenían lástima, ellos hacían todo por ella. Y Julia les daba mucho que hacer.

Luego, cuando Julia tenía 3 años, nació su primer hermanito. Esto quiso decir que sus papás tenían menos tiempo para atenderla. El nuevo bebé estaba sano y feliz, y al parecer, los papás de Julia pusieron todas sus esperanzas en él. Ya no le prestaban tanta atención a Julia; raras veces jugaban con ella y nunca la llevaban al pueblo. Julia no tenía amigos ni nadie con quien jugar, excepto por su hermanito. Y aún así, a veces lo pellizcaba o lo hacía llorar sin razón alguna. Por eso sus padres decidieron ya no dejarla que se le acercara mucho ni que jugara con él.

Julia se fue poniendo más callada y más triste. Cuando se acordaban de lo lista y simpática que había sido de bebita, sus papás se preguntaban si la enfermedad no le habría dañado también la mente. Y aunque el doctor les había asegurado que la polio sólo debilita los músculos y nunca afecta la inteligencia del niño, ellos todavía tenían sus dudas.

Niño con problemas de pierna dibuja.

Julia tenía 6 años cuando nació su hermanita. Y al parecer, ésto entristeció aún más a Julia. Se pasaba la mayor parte del tiempo sentada detrás de la casa, dibujando en la tierra con un palito. Hacía gallinas, burros, árboles y flores. También gente, casas, jarros de agua y diablos con cola y cuernos. En verdad que para su edad era muy buena para dibujar. Pero nadie le hacía caso a sus dibujos. Con la nueva bebé, su mamá estaba más ocupada que nunca.

Cuando Julia tenía 7 años de edad, los maestros de la escuela, guiados por una promotora de salud de un pueblo vecino, empezaron un programa NIÑO-a-niño. Los niños del primer y segundo año (que estaban en la misma clase), trabajaron con la hoja de actividades llamada “Para entender mejor a los niños con problemas especiales”.
La mayoría de los niños del pueblo conocían a un solo niño con discapacidad grave. El niño se llamaba Tomás. Tomás caminaba como a tropezones y con muletas. Una de las manos a veces se le movía raro. Además le costaba mucho trabajo hablar claro, sobre todo si estaba muy emocionado. Pero parecía que Tomás no necesitaba ayuda especial—o por lo menos, ya no. Estaba ya en el cuarto año de la escuela y era muy aplicado. Tenía muchos amigos. Podía ir a todas partes y hacía casi todo por sí mismo, aunque fuera torpemente. La mayoría de la gente lo trataba con respeto. Era fácil olvidarse de su discapacidad.

Entonces uno de los niños se acordó, —Hay una niña que vive a orillas del pueblo. Gatea porque no puede caminar y todo el tiempo nomás está sentada afuera de su casa. Se ve muy triste. Y no sé cómo se llama, pero parece que ya está grandecita y debería estar en la escuela.

––Pues hay que invitarla a que venga, –dijo otro niño.

––Pero, ¿cómo? –preguntó alguien–, si no puede caminar.

––La podemos traer en una carretilla.

––No, la vereda que va a su casa está muy empinada y llena de piedras.

––¡Entonces la traemos cargando! Entre varios no se nos va a hacer pesada.

––Vamos a su casa ahora que salgamos de clase.

––¡Sí, vamos!

Esa tarde al salir de clases, 6 niños y su maestro fueron a casa de Julia. Ella andaba atrás de la casa, pero no se animó a entrar. De modo que empezaron a conversar con la mamá.

––Queremos ser sus amigos, –dijeron–. Y ayudarle a ir a la escuela.

––Pero no puede –dijo la señora muy sorprendida–. ¡No puede ni caminar!

––La podemos cargar, –ofrecieron los niños–. Podemos venir por ella todos los días y traerla después de clases. No está tan lejos.

––Todos los niños están dispuestos a ayudar, –dijo el maestro–. Y yo también.

––Pero es que ustedes no entienden, –dijo la mamá– Julia no es como los demás niños; se van a burlar de ella. Es tan tímida que ni siquiera abre la boca cuando está con desconocidos. Y además no veo de qué le serviría la escuela.

El maestro hizo todo lo posible para explicarle a la señora lo importante que es la escuela para una niña como Julia. Los niños prometieron que serían sus amigos y que le ayudarían lo más que pudieran. Pero la señora nomás movió la cabeza.

Grupo de niños y hombre habla con una mujer que lleva una escoba, la niña mira desde detrás de la puerta.

––¿Usted cree que a Julia le gustaría ir a la escuela? – preguntó el maestro.

La señora dio un largo suspiro y volteó a ver a Julia, que estaba escondida detrás de la puerta, pero asomando la cabeza para ver a las visitas. –Julia, hijita, ¿te gustaría ir a la escuela con estos niños?

A Julia se le llenaron los ojos de miedo. Meneó la cabeza en un NO aterrorizado y desapareció tras la puerta.

––Ya ven, –dijo la mama–. La escuela no es lo que ella necesita... Y ahora, con su permiso, tengo mucho que hacer. Muchas gracias de todos modos por acordarse de mi pobre niña.

––Bueno, pero por favor piénselo más, –dijo el maestro cuando ya se iban– Y gracias por su tiempo.

––Que les vaya bien, –contestó la señora mientras se ponía a barrer.

Al día siguiente en la escuela, el maestro y sus alumnos hablaron sobre su visita a la casa de Julia.

––Esto del NIÑO-a-niño suena muy fácil y muy divertido cuando actuamos –dijo un niño–, pero a la hora de hacer algo verdadero, no es tan fácil.

––De todos modos, –dijo una de las niñas que había ido a la casa de Julia– tenemos que seguir haciendo la lucha. ¿Se fijaron cómo se nos quedaba viendo la niña? Estaba bien asustada. Pero también le llamamos la atención. Por lo menos así se me hizo. ¡Y además se ve tan...sola!

––¿Pero qué podemos hacer? La señora como que no quiere que volvamos.

Todos se quedaron callados, pero al rato un niño exclamó, –¡Ya sé! Vamos a platicar con Tomás. El también tiene algo como Julia pero viene a la escuela y le va bien. A lo mejor él nos puede ayudar.

Ese mismo día a la salida, varios niños de primero y segundo año esperaron a Tomás para hablar con él. Le contaron de Julia y de lo que había pasado cuando la habían ido a visitar.

––¿Qué tal te fue a ti cuando empezaste las clases, Tomás? – le preguntaron los niños–. ¿Tenías miedo? ¿Y tus papás querían que vinieras? ¿Cómo se llevaban contigo los demás niños?

Tomás se rió. –Una por una y se las contestó todas–. Hablaba despacio, con la boca chueca y una voz que a veces le temblaba, y les dificultaba a los demás entender lo que decía. (El les explicó que las piernas y las caderas no se le doblaban cuando él quería.) –Ayúdenme a sentarme bajo aquel árbol. Tomás se agachó con las muletas y los niños le ayudaron a sentarse. Una vez que se había recargado contra el árbol, comenzó a contestar las preguntas de los niños.

––Claro que tenía miedo de venir a la escuela al principio, –dijo Tomás–. Y mis papás no querían que viniera. Decían que los demás se iban a reír de mí y que la escuela se me iba a hacer muy difícil. Pero mi abuela nos convenció a todos. Dijo que si yo no me podía ganar la vida sembrando la tierra, debería aprender a ganármela usando la cabeza. Y eso es lo que pienso hacer.

––¿Qué vas a hacer cuando seas grande? –le preguntó un niño.

––Quiero ser promotor de salud, –contestó Tomás–, para ayudar a la gente.

––Cuando recién empezaste a venir a la escuela, ¿te hacían burla los demás? –preguntaron.

La niña se sienta con muletas contra el árbol, un grupo de niños le habla.

Tomás frunció el ceño. –No, casi no –dijo. Pero como no sabían cómo llevarse conmigo, casi ni se me acercaban. Cuando creían que yo no los podía ver, se me quedaban viendo, y arremedaban mi forma de hablar cuando creían que no los podía oír. Pero cuando me tenían enfrente, nomás hacían como que yo no existía. Eso es lo que más me pesaba. Nunca me preguntaban qué pensaba ni qué podía hacer, o si quería jugar con ellos. Me sentía más solo con los demás que cuando no había nadie conmigo.

––Pero ahora ya tienes muchos amigos. Y ya eres como cualquiera de la pandilla. ¿Cómo lo hiciste? –Pues la verdad no sé, –contestó Tomás– Yo creo que es que se acostumbraron a mí. Se dieron cuenta que aunque hablo y camino raro, no soy tan diferente a ellos. Además creo que lo que también ayudó es que soy bueno para la escuela. Me gusta mucho leer. Leo todo lo que encuentro. A veces, cuando alguien del salón no entiende o no puede leer bien algo, yo le ayudo. Me gusta ayudar. Me acuerdo que cuando recién vine me decían ‘El Cangrejo’ por cómo camino; pero ahora me dicen ‘El Profe’ porque les ayudo con las tareas.

––El primer apodo te lo pusieron por tu problema, – observó una niña–. Y el segundo por lo que haces bien. Parece que les demostraste qué es lo más importante.

Tomás sonrió con su boca chueca y las piernas le sacudieron de gusto. –Cuéntenme más de Julia, –les pidió.

Le contaron todo lo que sabían y terminaron diciendo, –Hicimos la lucha lo más que pudimos, pero la mamá de Julia no quiere que ella vaya a la escuela y ella tampoco quiere ir. Ya no sabemos qué hacer. ¿Se te ocurre algo a ti, Tomás?

––Tal vez si yo visito a la familia...con mis papás. Ellos podrían tratar de convencer a los señores y mientras yo me puedo hacer amigo de Julia.

Al otro domingo, cuando su papá no fue a la milpa, Tomás le pidió a él y a su mamá que fueran a casa de Julia. Llegaron a mediodía. Los papás de Julia y sus 2 hermanitos estaban sentados bajo la sombra de la ramada frente a la casa. El señor estaba afilando un machete mientras que la señora se encargaba de espulgar a sus hijos. Todos se sorprendieron al ver llegar al niño con muletas, seguido por sus padres.

La vereda que llegaba al jacal estaba empinada y muy pedregosa. Ya casi llegando, Tomás se tropezó y se cayó. El papá de Julia corrió a ayudarle.

––¿Te lastimaste? – le preguntó, mientras que le ayudaba a levantarse.

––¡No! –se rió Tomás–. Ya estoy acostumbrado. Y ya aprendí a caerme sin golpearme...Venimos a hablar con ustedes sobre Julia. Estos son mis papás.

––Pásenle, –dijo el señor. Todos se saludaron y pasaron adentro a sentarse.

––Mientras sus papás hablaban con los papás de Julia, Tomás pidió permiso para ir a hablar con ella.

––Allá anda afuera, –dijo la mamá, señalando hacia la puerta trasera–. Pero no le gusta hablar con desconocidos. Les tiene miedo. ––Bueno, si no quiere hablar que no hable, –dijo Tomás dulcemente, pero en voz alta para que Julia lo oyera en caso de que anduviera cerca.

Tomás fue a buscar a Julia y se la encontró dibujando en el suelo. Ella volteó a verlo cuando se le acercó y luego volvió a bajar la vista hacia su dibujo, pero no siguió haciéndolo.

Había varios dibujos en el suelo de diferentes animales, flores, personas y monstruos. Cuando Tomás llegó, Julia estaba acabando un dibujo de un árbol con un nido grande con pajaritos.

––¿Tú hiciste todos estos dibujos? –le preguntó Tomás. Julia no contestó. Le temblaba todo el cuerpecito.

––Dibujas muy bien, –siguió Tomás, admirando y felicitándola por cada uno de sus dibujos– Y con un palo. ¿Nunca has usado lápiz y papel? Julia no le contestó, pero Tomás siguió hablando. –Yo creo que nadie en la escuela dibuja tan bien como tú. Julia, mirando todavía al suelo, seguía temblando y sin decir nada. Tomás también se quedó callado un momento y luego dijo, –¡Cómo quisiera yo dibujar tan bien como tú! ¿Quién te enseñó?

Julia levantó la cabeza poco a poco para mirar a Tomás, o tan siquiera para verle las piernas. Primero se fijó en sus pies chuecos y en las gomas de sus muletas. Luego le vió las rodillas, que por dentro tenían callos oscuros porque se tallaban cuando él caminaba.

––¿Por qué caminas con esos palos? –le preguntó.

––Es el único modo que puedo, –le contestó él. Mis piernas no hacen lo que les pido.

Julia levantó más la cabeza y le miró la cara a Tomás. El quiso sonreír pero la boca se le empezó a enchuecar hacia un lado.– ¿Y por qué hablas tan raro? –siguió Julia.

––Porque mi boca y mis labios muchas veces tampoco hacen lo que les pido –dijo Tomás. Y parecía que batallaba más que de costumbre para hablar.

Julia se le quedó viendo. –¿De veras te gustan mis dibujos?

––Sí, –contestó Tomás, muy dispuesto a cambiar de tema–. Tienes un verdadero talento para dibujar. Deberías estudiar para eso. Apuesto a que algún día serías famosa.

––No, –replicó Julia, meneando la cabeza–. Yo nunca voy a ser nada. No puedo ni caminar. ¡Mira! Apuntó a sus piernas flojas. –Están peor que las tuyas.

––¡Pero dibujas con las manos, no los pies! –dijo Tomás.

Julia se rió. –Eres bien chistoso –le dijo–. ¿Cómo te llamas?

––Tomás.

––Yo me llamo Julia. ¿De veras crees que podría ser dibujante? ¡No! Seguro nomás me estás vacilando. Yo nunca voy a ser nada. Es lo que me han dicho todos.

––Te lo digo de verdad Julia –dijo Tomás–. Yo leí en un libro que hay un artista que pinta pájaros. Es famoso por todo el mundo, y gentes de todas partes compran sus pinturas. ¿Y sabes qué? No puede mover las manos ni las piernas. Para pintar agarra el pincel con la boca.

––¿Y cómo va de un lugar a otro? –preguntó Julia.

––No sé –dijo Tomás– La gente le ayuda, yo creo. Pero él no se queda quieto. En el libro dice que ha estado en varios países.

––¡lmagínate!–exclamó Julia–. Y no camina. ¡Huy! ¿De veras crees que yo podría ser dibujante?

Tomás volvió a mirar los dibujos en el suelo—y deseó de verdad poder dibujar tan bien como ella. –A mí se me hace que sí, –contestó.

Niño con muletas habla con niña con problemas en las piernas pintando en el piso.

––¿Por dónde crees que deba yo empezar? –preguntó Julia, anímandose más a conversar.

––Primero, –dijo Tomás–, deberías ir a la escuela.

––¿Pero cómo? –preguntó Julia, mirándose las piernas.

––Fácil, –dijo Tomás–, todos los de la escuela están dispuestos a ayudarte, nomás falta que tú quieras ir.

––Yo...yo tengo miedo... –dijo Julia–. ¿Tú vas a la escuela, Tomás?

––¡Claro que sí! –contestó Tomás.

––¡Entonces yo también quiero ir!

Mientras, en la casa, los papás de Tomás estaban tratando de convencer a los papás de Julia de la importancia de mandarla a la escuela. Les explicaron cómo ellos habían tenido las mismas dudas, y lo mucho que la escuela le había servido a Tomás.

––Lo importante no es sólo lo que ha aprendido, –dijo la mamá de Tomás–, sino lo mucho que se ha desenvuelto como persona. Ahora tiene más confianza, se siente como una persona totalmente distinta.

––Nosotros también lo vemos de otra manera –dijo el papá–, porque nos ha demostrado lo que puede hacer. Va muy bien en la escuela.

El papa de Julia tosió. –Yo entiendo todo lo que nos han dicho, pero el caso es que Julia no quiere ir a la escuela. Le tiene mucho miedo. Es que...parece que la misma enfermedad, como que le afectó...

El señor no pudo terminar lo que estaba diciendo, porque en ese momento entró Julia gritando. –Amá, Apá, –decía– ¿Me dejan ir a la escuela? ¿Sííí? ¡Andenle, por favor!

Su papá se quedó boquiabierto por un momento. Luego sonrió.

Al día siguiente, Julia empezó a ir a la escuela. Los otros niños se enteraron por medio de Tomás que Julia estaba dispuesta a ir y se pasaron toda la tarde del domingo haciéndole una camilla con un asiento para llevarla a la escuela. Uno de los niños había visto una camilla parecida una vez que habían bajado de la sierra a un enfermo. No era más que una silla amarrada entre dos palos largos. Cuando oscureció, los niños ya la tenían lista y al día siguiente llegaron con ella a casa de Julia. Iba Tomás con ellos para darle ánimo a Julia. ¡Estaba tan emocionado que se cayó 3 veces!

Niños que llevan a una niña en una silla montada sobre postes.

Julia se asustó tanto al ver a todos los niños, que casi se arrepintió. Pero cuando bajaron el ‘trono’,—como lo llamaban ellos—y se lo pusieron frente a la puerta, ella se subió en él con sus fuertes brazos. Y en menos de lo que canta un gallo, ya iba en camino— ¡a la escuela!

El primer día le fue bien. Todo era novedad. Todos los niños fueron tan amistosos que Julia casi se olvidó de que tenía miedo. En camino a su casa iba riéndose y bromeando con los niños que la llevaban cargada.

Ya hace 6 meses que Julia empezó a ir a la escuela. Aunque empezó 2 meses tarde, ya sabe leer y escribir letras y palabras tan bien como casi todos sus compañeros. Pero lo que más le gusta todavía es dibujar. Muchas veces, otros niños le piden que les regale sus dibujos.

Julia ha hecho muchos amigos. Los niños que al principio la trataban como una persona especial o extraña, ya la han aceptado en su grupo. La incluyen en muchos juegos y actividades y la tratan como a cualquier otro.

Han surgido algunos problemas. Al principio, era divertido llevar y traer a Julia de la escuela. Pero después de unos días, a muchos de los niños les empezó a dar flojera y ya no ayudaron. Con eso, los pocos que quedaron tuvieron más trabajo.

Entonces a los niños se les ocurrió otra idea y para llevarla a cabo les pidieron ayuda a sus papás. Un domingo, un grupo de unos 15 hombres y 20 niños se dedicaron a arreglar la vereda que va de la casa de Julia al camino de la escuela. Hicieron más anchas las curvas para que estuviera menos empinado el trayecto, quitaron las piedras y nivelaron el suelo y lo dejaron parejo.

El papá de uno de los niños tenía un tallercito en el pueblo. Otro señor era carpintero. Con la ayuda de sus hijos, los 2 hombres hicieron una silla de ruedas sencilla con una silla de madera y 2 ruedas de bicicleta.

Julia se emocionó muchísimo al ver la silla. Ella tenía los brazos y las manos fuertes, así que con un poco de práctica aprendió a llegar desde su casa hasta el camino al pueblo.

––Ahora puedes ir y venir sola de la escuela, –le dijo Tomás–. ¿Cómo te sientes?

––¡Libre como pájaro! –exclamó Julia–. ¡Siento como si pudiera hacer cualquier cosa! Luego se quedó pensativa y frunció el ceño: –Pero sé que no puedo hacer todo sola—ni quiero. De alguna manera, todos dependemos los unos de los otros. Y además yo creo que así es como debe ser.

––Lo que importa es ser iguales, –dijo Tomás–. Saber que tú vales tanto como cualquier otra persona. Al fin de cuentas, nadie es perfecto.

En casa de Julia también fue mejorando la situación. A medida que ella aprendió a respetarse más a sí misma, sus padres la empezaron a apreciar más también. De repente, Julia y su mamá se dieron cuenta que había muchas cosas que Julia podía hacer. Empezó a ayudar a hacer la comida, a lavar y remendar ropa y a cuidar a sus hermanitos. Los trataba mejor, y nunca los volvió a pellizcar ni a hacerlos llorar (¡excepto claro, cuando se lo merecían!).

La mamá de Julia llegó a preguntarse cómo se las habían arreglado tanto tiempo sin la ayuda de su hija. Le hacía mucha falta cuando estaba en la escuela. Y cuando se dio cuenta que iba a tener otro niño, pensó que Julia iba a tener que dejar de ir a la escuela para ayudar más en la casa.

El papá de Julia meneó la cabeza. –No, –dijo–. La escuela es más importante para Julia que para cualquier otro de nuestros hijos—va a aprender cosas para ser algo en la vida. Además, si no la hubiéramos mandado a la escuela, andaría todavía tirada en el suelo. Fueron los niños los que nos enseñaron lo maravillosa que es nuestra hija.

––Sí, es cierto, –reconoció la señora– Todo se lo debemos a los niños de la escuela...y sobre todo a ese niño tan listo, Tomás.

La madre y el niño pequeño se despiden de la niña en silla de ruedas con el niño con muletas.





Esta página se actualizó el 01 feb 2021